Midas era el rey de Frigia, un territorio que se extendía por la antigua región de Asia menor, en lo que hoy se conoce como Turquía. Su fama de buen anfitrión era conocida por todos y le hacía ganar el aprecio de los migrantes. En una ocasión Sileno, uno de los amigos del Dios Dionisio, se extravió de regreso a casa y acabó en uno de los jardines del Rey Midas, quien de inmediato dispuso de un dormitorio, alimento y ropas finas para el distraído visitante.

Dionisio al recuperar a su amigo luego de buscarlo con afán, decide agradecerle el favor brindándole al Rey Midas el deseo que más anhelara. A lo que el Rey Midas contestó, es mi deseo que todo lo que toque, absolutamente todo, se convierta en oro. Dionisio, conocedor de los deseos del hombre que no siempre son los más buenos cuando les gana la ambición, le sugirió que pensara bien que quería, pero el Rey Midas fue contundente, Eso es lo que quiero.

A lo que Dionisio contestó, tu deseo es hoy una realidad, que lo disfrutes. Y al momento, todo lo que tocó se convirtió en oro, y su poder no dejaba de asombrarlo, estaba feliz. De momento quiso tomar agua y la copa que tomó al instante se convirtió en una copa de oro. Esto, al principio le causó mucha gracia, lo mismo pasó al querer comer, los cubiertos se convertían en piezas de oro.

Sus empleados decidieron alejarse, pues temían ser convertidos en estatuas de oro. Su hija que no sabía del nuevo poder de su padre, corrió a abrazarlo en cuanto lo vio y la fuerza de la costumbre le hizo al Rey Midas extender los brazos para recibirla. Al momento de tocarla, también se convirtió en una estatua de oro. El rey Midas se lamentó tanto, que renegó de su poder y quiso volver a la vida de antes, tuvo que aprender a base de mucho dolor, que las riquezas no sirven de nada cuando no se pueden disfrutar con los seres queridos.